Venezuela y la sed de gasolina
Nicolás Maduro introdujo un nuevo precio del combustible en el país para salvar la industria petrolera.
Los días en los que la gasolina era distribuida casi de manera gratuita en Venezuela han quedado en el pasado. Esta semana, el país petrolero, que ha ostentado por décadas tener una de las mayores reservas de crudo en el mundo, terminó con 17 años de congelamiento de los precios del combustible subsidiado y anunció una nueva era de costos sobre el hidrocarburo como método para combatir la crisis de esta industria en el país.
Era inevitable. Una extensa lista de economistas, incluyendo al experto en economía petrolera Rafael Quiroz, advirtieron que un aumento en el precio del combustible era la única manera posible que tenía el presidente Nicolás Maduro para volver a hacer viable la industria petrolera en el país, azotada tanto por la incompetencia y corrupción del gobierno de turno como por las sanciones extranjeras provenientes de Estados Unidos.
El principal problema de la crisis de petróleo en Venezuela es estructural y fue lo que condujo a que el país quedara indefenso ante una situación como la actual: el desabastecimiento. Desde hace años, decenas de personas, incluyendo exfuncionarios del chavismo, han advertido que las refinerías del país han sido abandonadas. Rafael Ramírez, expresidente de la empresa Petróleos de Venezuela, le dijo a este diario que el pésimo manejo que le dio Nicolás Maduro a la estatal petrolera condujo al caos. No fue, en esencia, causa de las sanciones estadounidenses, sino de la corrupción del presidente y su cúpula. “Maduro destruyó la industria petrolera”, subrayó.
“Hay seis refinerías, de las que no menos de cuatro tienen cinco o seis años de no hacerles el mantenimiento necesario cada año. Eso obedece a un protocolo de seguridad y mantenimiento de refinería. No se ha invertido un centavo en términos de producción”, advierte Quiroz a la agencia EFE.
Pero las sanciones al gobierno de Maduro tampoco han ayudado a que el país se levante de la crisis, pues han hecho imposible la adquisición de los implementos necesarios para la refinación del crudo. Estas dos condiciones en conjunto llevaron a una escasez del hidrocarburo en el país y a que Irán, gobierno aliado de Maduro, enviara buques cargados con 1,5 millones de barriles para reabastecer a la nación, sedienta de combustible. Pero el envío no fue gratis.
Aunque Maduro ha presentado como una operación exitosa la llegada de la gasolina de Irán, que tuvo que atravesar los obstáculos del gobierno estadounidense para llegar a territorio venezolano, no ha informado el precio que pagó por ello. Según el periódico El Nacional, el cargamento fue pagado en dólares, lo que hizo necesario que el gobierno cobrara y aceptara cualquier divisa a cambio del hidrocarburo.
El lunes, cientos de venezolanos salieron a hacer fila para abastecerse de gasolina con los nuevos precios: US$0,50 por litro a precio de mercado, y US$0,03 por litro con los subsidios que otorga el gobierno para quienes presenten el carné de la patria. Nadie paga en bolívares, pues la moneda ha perdido completamente su valor. Solo circulan dólares en las estaciones de servicio y en el mercado negro de gasolina, el cual ha llegado a cobrar hasta US$3 por el litro. “El mercado negro se va a esparcir con más velocidad que el COVID-19”, dice el economista Giorgio Cunto, del portal Prodavinci.
Aunque los nuevos costos podrían servir para paliar la crisis en la industria petrolera, por ahora, esta medida podría ser contraproducente para Maduro y terminar clavando otro clavo sobre su ataúd. Desde que comenzaron los subsidios a la gasolina en el país, hace más de siete décadas, los gobernantes han tenido miedo de subir el precio del hidrocarburo, “pues existe un consenso social de que, en un país con tanta riqueza petrolera, la gente no tiene por qué pagar por el combustible”, explica el economista José Toro Hardy a la BBC. Desde que Carlos Andrés Pérez subió el precio de la gasolina en 1989, medida que condujo a las revueltas del Caracazo, solo dos mandatarios se han atrevido a decretar incrementos: Rafael Caldera, en 1995, y Maduro, en 2016, pero estos fueron muy limitados.
El incremento del precio ha golpeado a toda la población. Los médicos, por ejemplo, se quejan de que no pueden tanquear sus carros para poder ir a trabajar en plena pandemia. El salario mínimo, de US$4, no alcanza para la comida y mucho menos para poner gasolina, lo que hará del transporte aun más difícil en el país. Las filas que se ven por estos días, de más de doce horas para poder tanquear, evidencian la profundidad de la crisis. Y si el gobierno no consigue reactivar las refinerías pronto, tendría que volver a importar gasolina, aumentando la deuda del gobierno y el golpe al bolsillo de los ciudadanos.