Arde la casa del uribismo

Arde la casa del uribismo

Por: Miguel Villa Uribe

Los golpes que ha recibido el partido Centro Democrático, y en general el uribismo, no se han detenido; el último, la revelación del pago en garantía de 150.000 dólares por parte de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez para mantener en libertad a su hermano mientras se le procesaba por tráfico de heroína hace 23 años, los tiene en el ojo del huracán. Ya se han vuelto costumbre episodios de este tipo, semana a semana, y denota claramente un desgaste de sus miembros por su pasado y una falta de control en sus filas en gran medida.

Estamos llegando a la mitad del periodo presidencial y vemos para el resto del término momentos muy difíciles de sortear. En cierta medida la pandemia ha ayudado a la imagen de presidente Duque, pero parece ser algo temporal ya que los contagios se elevan exponencialmente, a la vez que la flexibilización de la cuarentena ocurre. No considero que esto sea necesariamente culpa del Gobierno, por lo que estamos en territorio desconocido, pero lo que sí es reprochable es el uso de la estrategia de delegar la responsabilidad de la reapertura social a alcaldes y gobernadores para lavarse las manos, lo cual solo puede generar caos por la falta de armonía en el plan de contingencia de la pandemia. Esta situación en general pondría a cualquier gobierno en una situación muy complicada, pero la suma de escándalos que genera todos los días el uribismo los pone en la misma cuerda floja como institución.

Algo que se ha vuelto aterrador es ver las similitudes del actual gobierno con el de Ernesto Samper. Los narcocassettes y la Ñeñepolítica son los casos más similares, con una diferencia fundamental: el fiscal que investiga; en este momento el fiscal Barbosa, quien debería declararse absolutamente impedido por haber trabajado en la campaña presidencial de Duque, no solamente no lo ha hecho, sino que está sepultando el proceso de la forma más inverosímil; tratando de procesar a los agentes de la Dijin, quienes interceptaron legalmente al Ñeñe Hernández hablando con Cayita Daza del pago de votos para la campaña presidencial, y tratando de contaminar la prueba diciendo que dentro de esas interceptaciones la del reconocido narcotraficante Marcos Figueroa, y quien está declarando en este caso como “victima”, no fue legal.

Más allá de todo, lo que es muy difícil de digerir es la forma en la que el uribismo se victimiza y quiere usar de eslogan el “no hay delitos de sangre”, cuando ellos mismos han sido implacables con sus adversarios políticos por mucho menos. Lo que ha denominado la vicepresidenta como una “tragedia familiar”, los vínculos desconocidos de su esposo con Memo Fantasma y ahora el caso de narcotráfico de su hermano, no serían tan graves si no fuera porque los calló y, peor aún, porque en repetidas ocasiones ha juzgado vehementemente a sus contrincantes políticos por situaciones similares; mejor dicho, si fuera bajo sus propios parámetros de ética y moral, ella ya hubiera tenido que renunciar irrevocablemente a su cargo; pero no, todo lo contrario, expresó que “seguirá sirviendo al país con todas sus fuerzas y dedicación hasta el último de sus días”, muy similar al “aquí estoy y aquí me quedo” de Ernesto Samper. Será interesante ver si Marta Lucía continuará atreviéndose a juzgar de la misma forma a sus contrincantes políticos con casos similares a los de su propia casa.

Ahora solo resta ver cómo se sigue desarrollando la cotidianidad; en menos de dos meses hemos tenido Ñeñepolítica, Aníbal Gaviria, Marta Lucia Ramírez, Andrés Felipe Arias, la designación del hijo de Jorge 40, las lanchas artilladas y los gastos de recursos del fondo de paz para pagar publicidades en redes sociales. Hoy arrancan las marchas sociales, peligrosas en esta época de pandemia, pero ineludibles a la desafortunada y precaria situación de la gente. Ya veremos cómo el Gobierno sigue capoteando todos estos escándalos que están lejos de acabarse y se acentúan, porque ya vemos que las campañas presidenciales de 2022 están arrancando en forma, y todos quieren estar en el poder, o continuar en él.

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